lunes, 20 de octubre de 2014

El dinero como medio y no como fin.

Es todavía palpable la reserva con la que la mayoría de las personas juzgan a quienes tienen en su vida como fin último la Riqueza, sobre todo cuando quien tiene esos deseos debe escalar bastante para alcanzarlos. Nada se le critica, irónicamente, a quien nació en cuna de oro y jamás ha tenido que mover un dedo para obtener las cosas de las que disfruta diariamente; pero a quien abiertamente muestre y materialice su deseo de ser un potentado, le espera una lluvia de injurias de las que sólo podrá salvarse si les hace caso omiso, puesto que nunca se sabrá a ciencia cierta si carecen o no de razón.

“Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de Dios”. Esta frase de Mateo 19:24 probablemente sólo quiso condenar la avaricia de algunas personas; sin embargo, es esta la defensa a la que apelan muchos de los que tienen poco para condenar a los que tienen mucho. ¿Qué se logra, pues, con estas situaciones? Que se vea a la riqueza con aire de tabú, como algo a lo que se dirigen sólo personas sin escrúpulos y sin sentimientos altruístas hacia sus congéneres, o en su defecto, personas ordinarias sin nada en el cerebro y que sólo tienen apetitos para satisfacer.

En cierto modo, estos prejuicios de los que sufrimos encuentran asidero puesto que la mayoría de las veces podemos ver cómo la gente adinerada es dada al egoísmo, al vicio y al despilfarro, pero es ahí donde hago la siguiente pregunta: ¿Qué sería de ti si estuvieras en iguales condiciones que en las que están esas personas? ¿Acaso serías mejor o, por el contrario, sufrirías de los mismos defectos que ellos padecen? En este punto ya muchos miran hacia arriba con una sonrisa tímida, pero pocos responden con sinceridad a esa pregunta.

El problema con el dinero es, en mi opinión, que se tenga como un fin. Deseos de poseer y poseer ilimitadamente son los que seguramente terminan enfermando a la gente, puesto que se pierden los límites y ya nada parece suficiente. El individuo, en su incesante proceso de acumular, olvida para qué es que está acumulando, olvida el propósito, termina haciéndolo por inercia y esa ausencia de fin es lo que probablemente lo deja en el vacío, hastiado de no poder conseguirlo todo, pero es porque su mente jamás se hará a la idea de que lo tiene todo.

Caer en ese vicio, sin embargo, no supone mayor dificultad. El reto está, precisamente, en ser conscientes de que el dinero debe ser visto como un medio y no como un fin. ¿Medio para qué? Cada quien tendrá su respuesta, pero yo considero que es el medio más claro para obtener la Libertad. Las ataduras más fuertes están en nuestra mente, de ellas sólo nosotros podemos desprendernos y no hay dinero o poder que valga ahí; sin embargo, el mundo exterior sigue existiendo y en él hay creadas muchas ataduras y obstáculos de los cuales es preciso deshacerse pronto para obtener la mayor plenitud posible. Afortunadamente, tenemos el arma para lograr este cometido, y me parece que ya todos sabemos cuál es.

Nuestros pensamientos son miles, pero no valen nada si no los materializamos. Podemos tener los mejores y más geniales deseos, pero no valdrán nada si al final no los cumplimos. El dinero puede no serlo todo, pero usándolo adecuada e inteligentemente, puede ser cualquier cosa que queramos. Ya diría Borges en “El Zahir”: “El dinero es abstracto, el dinero es tiempo futuro. Puede ser una tarde en las afueras, puede ser música de Brahms, puede ser mapas, puede ser ajedrez, puede ser café (…)”, con lo que quiere significar que sólo nosotros sabremos cómo usarlo y de nosotros depende lo que de él obtengamos.


Disfrutar de la vida es aprender a aprovechar el valor de nuestro dinero. El mundo es un buen lugar para ir de compras”, propuso Hemingway en “Fiesta”, una novela en la cual el viaje y el ocio se apoderan del escenario y brindan una muy fresca imagen de lo que habrán sido la París y la Pamplona en los años 20. Dinero es eso: viajar por el mundo, conocer mucha gente, despertarse a la hora deseada, comer y divertirse donde a uno le plazca, ver muchas películas, escuchar muchos discos y leer muchos libros. Lo que siempre he dicho: El dinero es Libertad, y no considero que haya nada de malo con eso.

viernes, 8 de agosto de 2014

No es ficción.

Afortunadamente, me familiaricé con la obra de Kafka antes de vivir la fatigante experiencia que me induce a escribir estas líneas. El autor de La Metamorfósis centra la mayoría de sus tramas en el conflicto que suponen las relaciones entre el individuo y las estructuras que lo dominan, ya sea la familia, la sociedad o el Estado. Los protagonistas de sus historias se hallan inmersos en un mundo incomprensible, lleno de autoridades invisibles que, en vez de ayudarlo, les dificultan las cosas y los vuelven víctimas de un juego en el que se mezclan la ignorancia y el desinterés de quienes se hallan en posición aventajada frente a los demás.

Ahora mismo me siento así. No es la primera vez, valga decir, que creo que hago parte de una de las historias del autor checo, pero sí es la primera vez que siento que tengo que escribir al respecto; primero, porque esta indignación no quiero callarla, y segundo, porque no sólo la siento yo, sino que la sentimos muchos.

No es raro que el Estado nos confunda a todos. Quien está adentro, ya sabrá cómo son las cosas ahí y no hará más que quedarse en silencio; pero los que no saben, pasan los días quejándose acerca de él y de quienes lo representan. Que esta situación cambie es una utopía evidente y no entraré a debatir sobre su viabilidad, pero que estas mismas circunstancias se presenten en el lugar donde pasamos nuestros días formándonos para la vida profesional, es realmente inaceptable, sobre todo cuando ninguna culpa tenemos nosotros de los problemas que nos aquejan pero igual sufrimos sus consecuencias.

Diariamente nos enseñan sobre justicia, sobre derechos y sobre la sociedad en general, pero mientras hacen esto, nos atropellan mediante decisiones e ignoran las certeras preguntas y opiniones que lanzamos. Hasta ahora, hemos evidenciado que hay graves situaciones en nuestra institución y, como dijo ayer un buen amigo, “No estamos en contra de ustedes, estamos en contra de la problemática”. Nada más acertado que esto, y como siempre me ha gustado enfatizar: No se trata de hacer el papel de revolucionarios, se trata de ser facilitadores, pero para que las cosas se vuelvan fáciles, muchas veces hay que despertar.

La norma existe, la tengo en mis manos y la exhibo para que los desinformados se enteren; ustedes, no hacen más que ignorarla (ignoran algo que crearon) y llenar con sofismas un discurso poco convincente, un discurso que deja más preguntas que respuestas y que pone de manifiesto toda una serie de situaciones que deben ser atendidas de inmediato, porque si bien hoy somos nosotros y nosotros no estaremos por siempre, mañana serán otras personas y, tarde o temprano, será una condición insostenible.

¿Acreditaciones, certificados, primeras planas, de qué nos sirven si los servicios a los estudiantes no son idóneos? Podríamos tener hasta la bendición del Papa, pero si en nuestra cotidianidad académica no hay cambios, todo quedará en la palabrería. No escucho en nuestras peticiones ningún sesgo de exageración ni perfidia, sólo queremos RECIPROCIDAD. Sí, reciprocidad por parte de nuestra universidad, porque si estamos tan acreditados como los papeles dicen, y si por esa razón alzan el precio de nuestra matrícula un 10%; podemos pagarlo, pero con cargo de que nos den una alta calidad educacional.

¿Dónde están quienes nos mandan? ¿Por qué nos reúnen a hablar con alguien que nada puede hacer por nosotros? Ellos están ahí, siempre sonriendo y saludando para tener la mejor imagen en el noticiero local, a la vez que nos exigen más que en cualquier otro lugar sólo para vanagloriarse de excelencia académica, ¿pero está esa excelencia en nuestros recintos y en nuestras mentes? Realmente no. El día de mañana, este país estará más lleno de gente incompetente, y ustedes habrán tenido un poco de responsabilidad en ello.

martes, 15 de julio de 2014

¿Ser o no ser diferente?

Hay que empezar por aclarar que uno no decide ser diferente, simplemente lo es; independientemente de los aspectos en los cuales seamos diferentes a los demás, lo cierto es que esa diferencia (si es genuina) no se inventa ni se aparenta, simplemente existe y sale a flote. ¿A qué viene esto? Todo empezó hace poco cuando leí un mensaje que decía “Está bien ser diferente” y aunque en mi opinión esto es cierto, debo decir que para la generalidad de las personas no lo es.

Siento que la pregunta que da título a esta reflexión es de vital importancia, puesto que la respuesta correcta es solamente la que cada persona tenga, teniendo en cuenta que la sociedad es bastante ambigua al respecto. Por un lado, cada día lo diferente es más tolerado, ello gracias al pensamiento progresista que impulsa la tolerancia y el pluralismo; pero por el otro, la moderna sociedad de consumo nos impone todo el tiempo estereotipos de éxito, felicidad y belleza, que terminan convirtiendo a la mayoría en una manada de seres alienados sin pensamiento crítico.

Las corrientes siempre han existido y existirán hasta el final de los días, no me opongo a esto y ni siquiera me preocupa; a lo que siempre me he opuesto es al trato que lo diferente recibe por parte de lo convencional. Lo cierto es que a uno no lo enseñan a tolerar ni a ver como interesante aquello que es diferente, sino a repudiarlo y a verlo como raro. Si la persona se pregunta el porqué de las cosas, es rara; si lee, es rara; si escucha música alternativa, es rara; si no ve la mierda que pasan por televisión las 24 horas, es rara; y así podríamos seguir con otras conductas que hacen acreedor de rechazo a quien las practica.

Así las cosas, tenemos que ser diferente (Para la mayoría: raro) no está tan bien como anunciaba el mensaje que comenté al principio, al menos no para quien quiere hacer parte de la sociedad sin ser rechazado por esta. Hay dos opciones: adaptarse o aislarse, muchos escogen la segunda y son aquellas personas que se rodean sólo con quienes tienen afinidad, pero al que prefiera la primera opción le espera un camino menos cómodo, tendrá que ceder y transar ante lo establecido por la corriente, porque si algo es indudable en este asunto es que la corriente no va a desviar su cauce por el hecho de que a una persona no le agrada. Esta seguirá, con o sin ella.


Sería bueno que se nos enseñara a respetar y a interesarnos por lo no convencional, lo heterodoxo, lo diferente. Bien podemos darnos cuenta que muchas de las grandes personalidades de todos los tiempos no fueron parte del montón y por eso mismo brillaron. Sin embargo, es cierto también que no hay nada más cómodo que encajar en el montón sin esfuerzo alguno, más aún cuando implícita e inconscientemente se nos dice todo el tiempo lo siguiente: “Únete a la corriente, no pienses, haz lo que se te ordena, sé normal como el resto”. Tal como dije, depende de cada quien.

miércoles, 11 de junio de 2014

War is Peace, sí señor

Las palabras “Paz” y “Guerra” ya retumban en mis oídos y hasta se aparecen en mis sueños, todo ello gracias a la actual campaña reeleccionista que culminará (Por fin) este domingo. Tienen razón quienes afirman que esta situación es así porque históricamente nos encontramos en un momento crucial (Supuestamente), pero también es cierto que desde que la campaña por la Presidencia inició, la palabra “Paz” se ha prostituido de tal forma que ya nos cuestionamos hasta qué punto es tan cierto todo lo que se piensa sobre ella.

Si me preguntan por el título de este artículo, por mi imagen de encabezado en twitter o por el libro que yo le recomendaría a cualquiera que le guste la literatura y la política, la respuesta será la misma: “1984” de George Orwell. En esta obra, un régimen totalitario gobierna gran parte del mundo y su consigna principal de su partido es “La Guerra es la Paz, la Libertad es Esclavitud, la Ignorancia es la Fuerza”. Quien lea la novela, se hará una idea de cómo funcionaron los más grandes regímenes totalitarios de la historia, a saber, el Nazismo y el Estalinismo.

Sobra decir que en Colombia estamos muy lejos de una situación como la de aquellos días en aquellos territorios, pero en lo que quiero hacer énfasis hoy es en el título de mi reflexión: La guerra es la paz. ¿Por qué el autor se habrá imaginado eso? ¿Por qué lo escribió? ¿No es acaso muy revolucionario? De hecho sí, pero con todo, aunque muchos comunistas hayan tomado como referencia ideológica esta novela, basta darnos cuenta que el panorama ilustrado en ella toma mucho de la Unión Soviética de Iósif Stalin; máximo exponente del comunismo a nivel mundial, para reírnos de estos personajes.

¿Qué pasa entonces? Si el gobernante, si el Gran Hermano de “1984”, junto a todo su aparato estatal, afirma que en el continente todo está muy bien y que la única amenaza está afuera, en aquellos que osan cuestionar su legitimidad, y por ende sólo contra ellos debe dirigirse el repudio ciudadano y el ataque de las fuerzas armadas; tendremos entonces que concluir que ese estado de guerra exterior nos conduce a un estado de paz interior. “Todo está bien aquí, el problema está afuera, en los otros, no nos preocupemos por lo que hacen quienes nos gobiernan, más bien, ataquemos al enemigo”, podría decirse.

Trayendo a contexto lo anterior, es claro que en nuestro país actualmente no estamos en guerra con otros, pero lo que sí existe es una guerra interna entre el Estado y la insurgencia, una insurgencia que a lo largo de las décadas ha perdido toda legitimidad para llegar al nivel del terrorismo más impúdico que se pueda practicar. Sin embargo, el hecho de que esta insurgencia exista, hace que algunos de nuestros caudillos y dirigentes centren sus discursos y su accionar político casi exclusivamente en ella, a tal punto que muchos creen que son el único mal que padecemos.


Sin duda las guerrillas han desangrado el país por varias décadas y son un problema que nos mantiene en el dolor y el atraso, ¿pero será que alguien se ha preguntado por qué surgieron? ¿la desigualdad, la corrupción y la falta de educación tuvieron algo que ver? En efecto han tenido que ver, pero eso no se combate con la misma fuerza con la que se combate a los grupos al margen de la ley, en esos problemas no se centran los gobiernos, pero si son estos los que dieron hace 50 años el origen a un conflicto armado, ¿Qué nos hace pensar que únicamente con el hecho de que se acabe la insurgencia todo va a estar bien? Eso es tan sólo el inicio, pero por algo hay que empezar.

lunes, 19 de mayo de 2014

De los medios y la sagacidad política

“Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques, todo lo demás son relaciones públicas”. Esta definición, enunciada por George Orwell, resulta bastante temeraria y, si se quiere, revolucionaria. Sin entrar a disertar acerca de su validez ni de su aplicabilidad en la práctica profesional (prácticamente nula para el periodista que quiera vivir tranquilo), quiero referirme hoy al discutible y controversial papel que juegan los medios de comunicación en los temas de interés general, más exactamente, los que se presentan en tiempos electorales.

Con el argumento de que el periodismo tiene que ser objetivo y describir las cosas tal como suceden, los medios presentan diariamente una serie de situaciones que muy pocos espectadores entienden, pero sobre las cuales opinan y debaten como si tuvieran total claridad. No estudio periodismo pero me doy cuenta que ello es así porque gran cantidad de las noticias diarias tratan temas judiciales, temas que sólo podrá entender quien sepa de leyes pero que son presentados sin ninguna profundidad y con un sensacionalismo que enardece al público y lo hace insultar y formarse ideas equivocadas de los problemas.

Si lo jurídico es delicado, imagínense lo político. Nada más hay que ver cómo la rivalidad en este campo termina pareciéndose mucho a la rivalidad entre equipos de fútbol o cantantes de vallenato. Muchos de los partidarios de un determinado político ven a éste como un dios, critican a los que lo contradicen y, lo más triste, renuncian a la razón para convertirse en predicadores incondicionales de una ideología y de un modo de actuar que aunque tengan su lado positivo, pueden también tener uno negativo.

La política es noticia, claramente, puesto que de no serlo rompería con el principio de publicidad que debe rodear toda la actividad pública, ¿pero debe la noticia ser instrumento de la política? Aunque no es lo que se desea, en la práctica es lo que se da. Siendo ingenuos, podemos decir que los medios caen en el juego de los políticos al hacer noticia con muchas de sus actuaciones, dándoles fama a estos; pero siendo escépticos, podemos decir que los medios se hallan al servicio de los políticos, en lo que termina siendo una guerra de improperios y calumnias que, paradójicamente, beneficia a estos últimos.

Los medios de comunicación son el terreno más propicio para la contienda electoral, los candidatos lo saben y algunos sacan provecho de esto montando una obra de teatro que fascina a la mayoría y escandaliza a unos pocos. Se trabaja con números, obviamente, así que no importa cuántos estén hastiados de la política belicista y revanchista en tanto no sean mayoría. Para su fortuna, la mayoría sigue distraída y encantada con esta forma de ejercer la democracia.

Ya ni siquiera se trata de si las afirmaciones hechas por un candidato en contra de otro son ciertas o no, sino del hecho de que quien afirma no tiene la más mínima autoridad moral para hacerlo, pero lo hace y la gente lo apoya, así que en realidad este personaje sí sabe hacer política en su país, no cabe la menor duda. Señor lector, piense usted un momento como político y dígame, si sus reprochables actuaciones son apoyadas por un considerable número de ciudadanos y lo ayudan a usted a mantener su poderío, ¿dejaría usted de realizarlas por el hecho de que son reprochables? Si su respuesta es un sincero Sí, lo felicito, pero déjeme decirle que no llegará lejos en la vida pública de nuestro país, Colombia.


“Usted no se preocupe por esos votos, más bien póngase a pensar en el próximo escándalo que le vamos a mostrar a los medios para que tengan material que pasar”, me imagino que esa es la forma de proceder para quien pretenda llegar a la Casa de Nariño. Nadie ha dicho que es ético pensar así, pero sí es válido si se es candidato a la presidencia y se tiene en cuenta que eso a la gente le gusta. ¿En qué termina siempre la cuestión? En que el problema está en nosotros. No se trata de echarle la culpa a Caracol, a RCN, a Uribe o a Santos; ellos están luchando por lo suyo, pero usted ¿aun sigue cayendo incauto o ya se dio cuenta de que lo que digo es cierto?

jueves, 27 de febrero de 2014

Votar para vivir

Recordé hoy que el próximo fin de semana serán las elecciones y por ende habrá ley seca. ¡Qué tristeza! ¿Qué haremos ahora? Yo, por mi parte, les compartiré esta reflexión que me parece muy pertinente en estas fechas.

Si tenemos claro que el voto es una de las más representativas manifestaciones de lo que se conoce como Democracia, llegaremos a dos conclusiones: Primera, que el voto popular es una cuestión seria y que como derecho debe ser ejercido de manera consciente para que todo este tema del interés general sea real y efectivo; y segunda, que los que aún creen que en Colombia hay una democracia respetable están muy lejos de la realidad, ya que lo que aquí hay es una versión bastante triste de esta forma de gobierno.

Todos los candidatos se presentan con unos programas y unas tesis que le dan fundamento a su discurso, ¿Pero quién los lee y los critica? ¿Acaso será la mayoría de la población votante? Por supuesto que no. Los dichosos programas que los aspirantes presentan al momento de lanzarse a la contienda electoral no son la principal razón por la que la gente decide votar por este y no por aquel, y aunque no voy a llegar al extremo de decir que esos planes de gobierno no son más que una sarta de mentiras con una apariencia bastante formal y esperanzadora, sí voy a afirmar que la verdadera razón por la que la mayoría de las personas vota por un candidato X es más sencilla de lo que se cree. ¿Cuál es, entonces, la razón? Muy simple: uno vota por el candidato que más le ofrece beneficios a uno y a los suyos.

¿Beneficios personales? ¿De eso se trata todo? Sí, de eso se trata, eso es lo que mueve la maquinaria política tradicional: La necesidad personal que es posible satisfacer mediante los beneficios que, de salir electo, podrá brindarnos nuestro amigo candidato. ¿Por qué son tan pocos los que rechazan esto? Porque en este país de pocas posibilidades, el ciudadano necesitado se conforma con unas migajas que mitiguen el hambre suya y de su familia. Y eso no se critica, pues tiene todo el sentido del mundo, el hambre mitigada rápidamente es más atractiva que alzar la voz en contra de la tradición de nuestra política “democrática”.

Pensemos en que la necesidad de los miles de ciudadanos por tener mejores condiciones de vida desapareciera, pensemos en que el destino de las personas de precaria situación económica dejase de depender de su participación en el sistema político, ¿Qué pasaría? Pasaríamos de pensar en las demandas básicas para nuestro sostenimiento a pensar en cuestiones trascendentales, en darle el verdadero sentido que la política merece, no el de simple negocio disfrazado de actividad virtuosa y altruista; puesto que así es como es en la actualidad, casi todo está asegurado para el que tiene los medios económicos.


Es una situación compleja, no hay una verdadera libertad de voto, no la hay para mi, probablemente para ti tampoco. Quizás aquella persona desvinculada de la política sí tenga plena autonomía al momento de escoger al candidato que prefiera, pero muy seguramente no le interesa y hará caso omiso a estos eventos que se presentan cada 4 años. Más allá de cualquier invitación a votar a consciencia (que sería hipócrita en demasía), esta es una invitación a reflexionar sobre algo que parece muy simple, pero que no lo es. Reflexionar individualmente podría ayudar a un cambio dentro de algún tiempo.

domingo, 12 de enero de 2014

Visión artística del mundo capitalista

Cuántas canciones alegres y cuántas canciones tristes podemos escuchar en las emisoras de radio, cuántos artistas nacionales e internacionales podemos tener en nuestro reproductor de música, cuántas expresiones de las más extravagantes corrientes podemos descubrir si de verdad nos interesamos en la movida y, claro está, tenemos acceso a internet.

La génesis de la creación de una obra de arte es el sentimiento y el deseo de expresarlo; más allá de si es bueno o malo, noble o bajo, trascendental o frívolo; toda obra nace de la necesidad de expresar un sentimiento o pensamiento previamente concebido en lo más profundo de quien la compone. La literatura, la música, la pintura, el cine y las demás formas de expresión artística abarcan todo lo humano y lo que su capacidad sensible traiga, desde sentimientos de amor comunes en todos nosotros hasta pensamientos del más complejo raigambre filosófico encapsulados en pretenciosas manifestaciones escritas.

¿Cómo se estimulan en el artista esos pensamientos que son la materia prima de su obra? No es para nadie un secreto que los más célebres nombres del mundo del arte han sido individuos con una sensibilidad mayor de la común, pero esa bella cualidad no sería nada sin las circunstancias o eventos que los rodean. Picasso nunca hubiera pintado su “Guernica” si no hubiera sucedido la Guerra Civil Española, Baudelaire nunca hubiera escrito “Las flores del mal” sin el apogeo de ese estilo de vida burgués lleno de moralismos que él odiaba, y así, tantos otros ejemplos pueden haber de cómo el desarrollo social influye directamente en las directrices artísticas.

Es cierto que no todo el arte tiene un compromiso social, pero también es un hecho que no habría tanta variedad de estilos sin unas circunstancias y momentos históricos que los estimulen y les den dirección. Puede encontrar uno cosas bastante aristocráticas y complejas, pero también otras muy populares y sencillas. ¿Por qué Borges escribe tantas cuestiones abstractas y enreda al lector en indescifrables laberintos metafísicos? Porque Borges fue un argentino que tuvo la fortuna de educarse en Suiza, lejos del malestar político de su tierra natal. Ciertamente, no se puede decir lo mismo de Neruda, que militó en el Partido Comunista de Chile y murió en el golpe de estado encabezado por Pinochet.

La pregunta que quiero plantear es: ¿Será eso posible en un mundo unificado, un mundo donde no se le dé libertad al individuo para que, así sea vagamente, pueda decidir qué pensar, qué decir y qué hacer? En la sociedad capitalista, más allá de los males que obviamente tiene, es donde más cerca se puede estar de todo tipo de libertades y, para lo que concierne a esta reflexión, de la libertad de expresión. Con el sueño comunista de la inexistencia del Estado y de la propiedad privada junto a las mismas condiciones de vida para todos, ¿será que se puede esperar una abundante variedad de pensamiento y de expresión? Es claro que no, la historia misma lo evidencia, todos los estados de esta tendencia degeneran en oscuras tiranías que cortan de raíz todo lo que sea diferente, todo lo que se manifieste en su contra.

Eso suena verdaderamente triste. El mundo capitalista occidental tiene muchos puntos negros, pero es sin duda el más inspirador de todos porque incita a ambicionar algo, a querer hacer cosas magníficas, cosas que en otro tipo de organización social es un escándalo siquiera imaginar. Actualmente, los que quieren alardear de su riqueza hacen canciones con líricas y videos musicales en los que muestran que ellos tienen más que nosotros; pero a su vez, los que están hartos de la desigualdad y la injusticia hacen sonar su voz de todas las formas posibles, siendo el arte una de las más sublimes. En un mundo donde no haya nada que desear y donde querer ser el más sabio, el más bello o el más poderoso esté prohibido, el arte genuino está condenado a desaparecer.


Hay que dar gracias por la pluralidad de expresiones y no permitir que jamás nos recorten el derecho a expresarnos libremente, puesto que todos esos libros, todos esos discos y todas esas películas que tanto amamos fueron producidos la mayoría en ese ambiente de plena libertad para manifestar lo que se desea. Sólo en un mundo donde se respeten estas cuestiones, así sea de forma ineficiente o hipócrita (no importa), se podrá mantener ese sentido estético que tiene la vida.