Afortunadamente,
me familiaricé con la obra de Kafka antes de vivir la fatigante experiencia que
me induce a escribir estas líneas. El autor de La Metamorfósis centra la
mayoría de sus tramas en el conflicto que suponen las relaciones entre el
individuo y las estructuras que lo dominan, ya sea la familia, la sociedad o el
Estado. Los protagonistas de sus historias se hallan inmersos en un mundo
incomprensible, lleno de autoridades invisibles que, en vez de ayudarlo, les
dificultan las cosas y los vuelven víctimas de un juego en el que se mezclan la
ignorancia y el desinterés de quienes se hallan en posición aventajada frente a
los demás.
Ahora
mismo me siento así. No es la primera vez, valga decir, que creo que hago parte
de una de las historias del autor checo, pero sí es la primera vez que siento
que tengo que escribir al respecto; primero, porque esta indignación no quiero
callarla, y segundo, porque no sólo la siento yo, sino que la sentimos muchos.
No
es raro que el Estado nos confunda a todos. Quien está adentro, ya sabrá cómo
son las cosas ahí y no hará más que quedarse en silencio; pero los que no
saben, pasan los días quejándose acerca de él y de quienes lo representan. Que
esta situación cambie es una utopía evidente y no entraré a debatir sobre su
viabilidad, pero que estas mismas circunstancias se presenten en el lugar donde
pasamos nuestros días formándonos para la vida profesional, es realmente
inaceptable, sobre todo cuando ninguna culpa tenemos nosotros de los problemas
que nos aquejan pero igual sufrimos sus consecuencias.
Diariamente
nos enseñan sobre justicia, sobre derechos y sobre la sociedad en general, pero
mientras hacen esto, nos atropellan mediante decisiones e ignoran las certeras
preguntas y opiniones que lanzamos. Hasta ahora, hemos evidenciado que hay
graves situaciones en nuestra institución y, como dijo ayer un buen amigo, “No
estamos en contra de ustedes, estamos en contra de la problemática”. Nada más
acertado que esto, y como siempre me ha gustado enfatizar: No se trata de hacer
el papel de revolucionarios, se trata de ser facilitadores, pero para que las
cosas se vuelvan fáciles, muchas veces hay que despertar.
La
norma existe, la tengo en mis manos y la exhibo para que los desinformados se
enteren; ustedes, no hacen más que ignorarla (ignoran algo que crearon) y
llenar con sofismas un discurso poco convincente, un discurso que deja más
preguntas que respuestas y que pone de manifiesto toda una serie de situaciones
que deben ser atendidas de inmediato, porque si bien hoy somos nosotros y
nosotros no estaremos por siempre, mañana serán otras personas y, tarde o
temprano, será una condición insostenible.
¿Acreditaciones,
certificados, primeras planas, de qué nos sirven si los servicios a los
estudiantes no son idóneos? Podríamos tener hasta la bendición del Papa, pero
si en nuestra cotidianidad académica no hay cambios, todo quedará en la
palabrería. No escucho en nuestras peticiones ningún sesgo de exageración ni
perfidia, sólo queremos RECIPROCIDAD. Sí, reciprocidad por parte de nuestra
universidad, porque si estamos tan acreditados como los papeles dicen, y si por
esa razón alzan el precio de nuestra matrícula un 10%; podemos pagarlo, pero
con cargo de que nos den una alta calidad educacional.