viernes, 8 de agosto de 2014

No es ficción.

Afortunadamente, me familiaricé con la obra de Kafka antes de vivir la fatigante experiencia que me induce a escribir estas líneas. El autor de La Metamorfósis centra la mayoría de sus tramas en el conflicto que suponen las relaciones entre el individuo y las estructuras que lo dominan, ya sea la familia, la sociedad o el Estado. Los protagonistas de sus historias se hallan inmersos en un mundo incomprensible, lleno de autoridades invisibles que, en vez de ayudarlo, les dificultan las cosas y los vuelven víctimas de un juego en el que se mezclan la ignorancia y el desinterés de quienes se hallan en posición aventajada frente a los demás.

Ahora mismo me siento así. No es la primera vez, valga decir, que creo que hago parte de una de las historias del autor checo, pero sí es la primera vez que siento que tengo que escribir al respecto; primero, porque esta indignación no quiero callarla, y segundo, porque no sólo la siento yo, sino que la sentimos muchos.

No es raro que el Estado nos confunda a todos. Quien está adentro, ya sabrá cómo son las cosas ahí y no hará más que quedarse en silencio; pero los que no saben, pasan los días quejándose acerca de él y de quienes lo representan. Que esta situación cambie es una utopía evidente y no entraré a debatir sobre su viabilidad, pero que estas mismas circunstancias se presenten en el lugar donde pasamos nuestros días formándonos para la vida profesional, es realmente inaceptable, sobre todo cuando ninguna culpa tenemos nosotros de los problemas que nos aquejan pero igual sufrimos sus consecuencias.

Diariamente nos enseñan sobre justicia, sobre derechos y sobre la sociedad en general, pero mientras hacen esto, nos atropellan mediante decisiones e ignoran las certeras preguntas y opiniones que lanzamos. Hasta ahora, hemos evidenciado que hay graves situaciones en nuestra institución y, como dijo ayer un buen amigo, “No estamos en contra de ustedes, estamos en contra de la problemática”. Nada más acertado que esto, y como siempre me ha gustado enfatizar: No se trata de hacer el papel de revolucionarios, se trata de ser facilitadores, pero para que las cosas se vuelvan fáciles, muchas veces hay que despertar.

La norma existe, la tengo en mis manos y la exhibo para que los desinformados se enteren; ustedes, no hacen más que ignorarla (ignoran algo que crearon) y llenar con sofismas un discurso poco convincente, un discurso que deja más preguntas que respuestas y que pone de manifiesto toda una serie de situaciones que deben ser atendidas de inmediato, porque si bien hoy somos nosotros y nosotros no estaremos por siempre, mañana serán otras personas y, tarde o temprano, será una condición insostenible.

¿Acreditaciones, certificados, primeras planas, de qué nos sirven si los servicios a los estudiantes no son idóneos? Podríamos tener hasta la bendición del Papa, pero si en nuestra cotidianidad académica no hay cambios, todo quedará en la palabrería. No escucho en nuestras peticiones ningún sesgo de exageración ni perfidia, sólo queremos RECIPROCIDAD. Sí, reciprocidad por parte de nuestra universidad, porque si estamos tan acreditados como los papeles dicen, y si por esa razón alzan el precio de nuestra matrícula un 10%; podemos pagarlo, pero con cargo de que nos den una alta calidad educacional.

¿Dónde están quienes nos mandan? ¿Por qué nos reúnen a hablar con alguien que nada puede hacer por nosotros? Ellos están ahí, siempre sonriendo y saludando para tener la mejor imagen en el noticiero local, a la vez que nos exigen más que en cualquier otro lugar sólo para vanagloriarse de excelencia académica, ¿pero está esa excelencia en nuestros recintos y en nuestras mentes? Realmente no. El día de mañana, este país estará más lleno de gente incompetente, y ustedes habrán tenido un poco de responsabilidad en ello.